De la investidura


Han pasado las elecciones. El resultado, Diputado más, Diputado menos, se supo el mismo día 29-O. Desde entonces todos los partidos parecen ser ganadores menos el que precisamente lo ha sido. Este país, evidentemente, es distinto, en él, a veces, tenemos que comulgar con ruedas de molino que normalmente vienen del mismo lado del que lo solían hacer tiempo ha. Yo me inclinaría por invitar a los señores que dicen haber ganado a tener en sus labios, al menos en sus labios, un poco más de dignidad y a que olviden de una vez que tienen derechos adquiridos pues desde que este pueblo votó su actual Constitución el único soberano es él y ha demostrado que el 29.O encierra un símbolo y un triunfo.

Ciertamente que el partido ganador, un poco adelantado sobre su inmediato seguidor, puede formar gobierno con pacto o sin él, aunque podría pensarse que por la holgura de su victoria no debería hacer falta, y no me refiero a quienes puedan tener una misma concepción de la sociedad, matiz o ismo más o menos marcado; no, me refiero a que alguien de los votados debería reconocer que el candidato a Presidente no debería pasar por mendigar un voto a nadie, entre otras razones porque el pueblo, ese soberano callado, ha respaldado a quien a pesar del desgaste es, hoy por hoy, el líder indiscutible, tanto en persona como en partido.

Lecciones de humildad aparte este país, y por él sus representantes, no debería permitir que su Presiente tuviera que dar dos vueltas a la noria para que su nombre se publique en el BOE, todos saben que será el suyo y no el de ningún otro el nombre que figure en el Diario Oficial.

¿Para qué valdrá el voto en contra, para que sepamos que hay oposición? Eso ya lo sabemos pero tendrán que demostrarlo a partir de ahora. Todos esos que no permiten en política ni un gesto a buen seguro merecen otro tanto; o tal vez sólo tengan la capacidad que da el derecho al pataleo.