Opiniones de un payaso


Son pocos quienes confían en soluciones rectas cuando quienes las aportan no tienen un recto proceder. Son pocos quienes creen en la libertad predicada por quienes se oponen a ella. Son pocos quienes sueñan en un mundo mejor cuan ven cómo el individuo y su libertad son rechazados por quienes teóricamente, y con piel de oveja, hablan de ella y la gastan en sus labios. Son pocos quienes pueden confiar en algo que no sea una posición coherente y recta que respete a las personas en todos sus sentidos.

Son muchos los españoles para quienes no pasa desapercibido que el artículo primero de nuestra constitución no es respetado por otros muchos españoles que dicen luchar por su contenido desde tiempo inmemorial. Son muchos los españoles que sienten el choque de sus dientes cuando por un gran sector de sus compatriotas no son respetados muchos de los artículos de esa ley primera creada por todos, amen del espíritu de la misma.

Parece ser como si los españoles hubiéramos perdido una parte de nuestra memoria y cada uno quisiera la libertad para él o para su grupo político pensando que ellos son los portadores de la verdad eterna, por otra parte relativa. Esto es, en primer lugar, no ser ciudadano demócrata y, en segundo lugar, representa no admitir a los demás.

La ley del más fuerte es algo que todos rechazamos hace tiempo y ahora volvemos a caer en ella porque cada uno no intenta sino, al margen de todo y de todos, imponer su ley por distintos caminos: se invade la calle, se levantan las voces contra todo y contra todos, o se permanece alejado del mundanal ruido relajado en su sillón y no se aportan soluciones para callar las voces con justicia, es más, y aquí radica el quid de la cuestión, no se aporta esa honradez que ha de ser inherente al hombre y que le es natural.

No se puede hacer política partidista cuando lo que está en juego es la convivencia y la armonía de todos. No se puede hacer política partidista al margen de un juramento o una promesa de fidelidad representada en el sí con el que entre todos elaboramos la primera ley.

Es un hecho muy grave que desde diversos sectores se está manipulando al todo el que se deje y, normalmente, el pueblo llano no tiene resistencia, se le convence pronto si se monta un circo de titiriteros; se está manipulando algo tan fundamental como es la libertad del hombre, su vida, su educación; toda manipulación desemboca en la manipulación misma de nuestra palabra y si manipulamos nuestra palabra podemos deducir que los valores son pocos; estaremos diciendo a voz en grito que somos unos farsantes de feria y que no merecemos tantos aplausos como se nos tributan a no ser que sólo seamos unos cómicos de circo.

Todos dijimos en el artículo primero de nuestra constitución que los valores superiores, las bases de nuestra convivencia son la libertad, la justicia y la igualdad junto al pluralismo político, además residenciamos la soberanía en nosotros mismos de tal manera que de la concepción universal de pueblo es de donde emanan todos los poderes del estado. Nosotros, todos los españoles nos comprometimos a cumplir nuestra palabra y lo hicimos en unos términos tan sencillos que sólo requieren de un pequeño esfuerzo para vivirlos.

Nos hemos puesto por encima la libertad: libertad amplia que afecta a todos, cualquiera que sea su condición, libertad como base de todo hombre, de toda comunicación y convivencia. Libertad sin distinción de unos o de otros, libertad sin cortapisas. Quizás habría que recordar la máxima filosófico - religiosa de que \"mi libertad empieza donde termina la de los demás\", es decir, libertad abrazada a honestidad.

Nos hemos puesto por encima la justicia: justicia cuyo único contenido consiste en dar a cada uno lo suyo, y esto ya lo afirmaban los clásicos, y nada más propio de cada uno que su parcela de libertad, la cual no es usucapible por nada ni por nadie y menos por ideas (en el fondo políticas) que intentan defender su significado; tan sólo es usucapible por su propio dueño, es decir, por cada uno; por ende, la justicia, está cimentada en la libertad.

Nos hemos puesto por encima la igualdad: igualdad que representa ni más ni menos que respetar a los demás tal como son, dejarles vivir y desarrollarse como quieren y bajo un eje que todos hemos defendido y definido.

Indudablemente que no todos los hombres somos iguales en una serie de determinadas coordenadas que poco tienen que ver con la persona en sí: relación social, política, dinero, capacidad intelectual,..., pero lo que si es innegable es que todos somos iguales como personas llamadas a desarrollarse, y esa igualdad no puede someterse a vasallaje por quienes defienden una idea u otra, una visión del mundo u otra, sino sólo y exclusivamente por la honradez. No son asimilables estos conceptos básicos y fundamentales a una situación de fuerza o de capacidad para echarse a la calle porque tan buena y respetable es una idea como otra, una postura política como otra. No tan plausible es un abuso de esa capacidad o de esa voz. Tampoco es honrado callarse una idea cuando su esencia es atacada sin ningún reparo por quienes predican - como nuevos Mesías sociales que tanto dejan que desear - una idea que pretende anular a las demás, y es que el hombre - querámoslo o no - tiene una esencia inalienable por su contrincante.

A lo largo de la carta magna las ideas se repiten siempre con el buen fin de remachar los pensamientos que si fueran llevados a cabo literalmente procurarían un mundo inmejorable: la dignidad de las personas, los principios inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de su personalidad, el respeto a la ley y a los demás son el fundamento del orden político y de la paz social.

Es indudable que en no mucho espacio de tiempo hemos olvidado lo que esto quiere decir y ellos por varias razones: primero, el orden político y la paz social son fruto de una convivencia llena de contrastes, llena de personas y posturas diferentes pero no por ello son menos ante el resto de los ciudadanos quienes tienen distinta visión de la vida o de la comunidad.

Esto es algo tan sencillo como decir que la convivencia no se impone con espada sino con algo distinto; segundo: el respeto a la ley va paralelo a la honradez que todos creemos defender, el respeto a la ley empieza por el respeto a todos quienes han acatado esa Ley y ésta la hemos aprobado todos; tercero: cada individuo tiene derecho a desarrollar su personalidad que, buena o mala, es tan digna de crédito y ayuda como su contraria; cuarto: la dignidad de la persona..., por encima de cualquier idea el hombre es digno en sí mismo por el mero hecho de su existencia y al margen de cualquiera otra idea añadida o matiz político o religioso; esto, en demasiadas ocasiones, es olvidado por sectores muy amplios que predican su religión y su política, o la falta de estas sin respetar el principio de dignidad, pretendida base de su ideología. (Inconcluso)

[octubre de 1979,]{.underline} lo importante es España.

Como uno más de esos miles de españoles sumidos últimamente en la incertidumbre del destino que nos espera, creo legítimo cuestionarme, aunque sea toscamente, lo siguiente: \" ¿Qué importamos los poseedores de la soberanía popular? ¿Tan sólo somos moneda de cambio en función de las circunstancias de deshonestidad o deshonradez de unos cuantos? ¿No somos punto de referencia cuando expresamos un voto, cíclicamente, a su tiempo, para otorgar la confianza a unas personas, a unas siglas para que dirija nuestra sociedad? ¿Tan sólo importamos para ser manipulados en función de las perspectivas de acceder al poder o continuar en él? ¿Tan poco representamos, tan poco valor tenemos para nuestros representantes que pretenden utilizarnos cuando el mar más encrespado está?

¿Por qué no nos intentan aprovechar en tiempo de bonanza, cuando el mar está terso, cuando ha ido limando estrías de las rocas de tanto acantilado como hay, o se pretende que haya, en esta nuestra querida España?

Como español, como ciudadano del mundo, como descendiente de personas que fueron capaces de diseñar la filosofía del diálogo y la tolerancia, me siento aturdido; ¿cómo es posible hoy, en un mundo lleno de barbaridad ¿ Cómo es posible que el 0,01% de españoles sea capaz de convertir a 38 millones en seres sospechosos? ¿Un total de 3.800 ciudadanos pueden poner en un brete a todo un pueblo que quiere vivir en normalidad? (Auméntese a un 0,10,= 38.000). No será más normal admitir que en un cesto de manzanas, cogidas en cualquier momento del día, puede haber alguna en mal estado?

Es poco imaginativo pensar que un gobierno posible, al cabo de cualquier tiempo va a salir inmaculado, si en cualquier familia, por pequeña que sea, no es posible vivir sin desacuerdos.

Creo que al pueblo español se le está metiendo, espero que sin mala intención, en un callejón decididamente sesgado por unos y por otros; ni todo es tan malo como se predica ni tan bueno como se pretende. Desearía que todos los españoles trajesen a su memoria a un vallisoletano universal, el último Premio Cervantes, asociado a su DISPUTADO SEÑOR CAYO, con esa carga de normalidad ante la vida, porque ésta es más normal de lo que se pretende hacer.

Lo importante es España, por encima de ella ningún individuo, por muy Mesías que se crea, ha de ponerse como salvador. Los países se salvan a sí mismos o se destruyen guiados por ambiciones meramente personales (y ejemplos hay en la historia

Todos los momentos son de reflexión, es muy difícil mantener el sosiego pero es necesario; a ningún español le interesa que el Estado sufra un bajón, no; a todo español le interesa el Estado, en ello le va la vida; el español cree más importante el todo que la parte aunque en estos momentos, y con sólo un poco de crítica, se percibe que para muchos es más importante la parte que el todo.

No es posible que hoy, en momentos difíciles, unos y otros se presenten como virtuosos y a los otros como pecadores, la historia sabe de ello un poco y el presente también, sólo hace falta repasar los periódicos y hablar con sinceridad; unos y otros, pecadores y virtuosos, pueden intercambiarse los papeles sin el menor rubor. Si ello es así, el pueblo se merece una claridad y sinceridad meridiana porque de lo contrario, de aquí a unos meses se le volverá a embaucar y poco a poco se minará su propio cimiento y vendrá el vacío.

¿Todos los miembros de una familia son virtuosos porque uno de ellos sea santo? ¿Todos son pecadores porque uno lo sea? ¿No estaremos ante el espejo de una sociedad al margen de virtuosos y pecadores? ¿Cabrá recordar el símil del evangelio de la paja y la viga en el ojo de todos?

La verdad es, ante todo, desnuda, ¿somos capaces de difundirla a palo seco, sin más aditamentos que la prédica personal? Si somos capaces de responder afirmativamente podemos cambiar el mundo, de lo contrario tan sólo estaremos aumentando el reino de la confusión en busca de la propia verdad que siempre es parcial.

Hoy está volviendo la doctrina de la Iglesia Católica a ganar terreno y ésta, cuando manda confesar propone lo siguiente: 1) examen de conciencia y 2) propósito de enmienda, ¿les suena esto a los políticos? ¿Y a los destinatarios de las medias verdades, nos suena?

Como ciudadano de a pie, formado en unos principio ético - religiosos de los que participamos un alto porcentaje de españoles, me pregunto: ¿Las medias verdades son el preámbulo de la verdad entera o simplemente un medio del embaucador de turno?